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domingo, 13 de marzo de 2011

UN FINAL de Lidón M

Cuentos en KulturArt

Lidón M.    La Cerillera
 
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UN FINAL de Lidón M.
 

 

Es una mañana pesada de junio, cansada de sí misma, como suelen ser los días calurosos que preceden al verano, y este es un año agotado en todos los aspectos, sin lluvia, sin frío, un año estéril.
Ni siquiera ha tenido cosecha mi cuaderno, que acostumbrado a los tachones de tinta, se encuentra moribundo, y agoniza mirándome con ese color azul pálido que tienen todos los cuadernos. Así, tan solito, no es más que uno más, y yo no soy nadie. No hay voz entre nosotros, y mi aliento parece una inhalación de este pesado tiempo que nos envuelve.
Sentada, mirando la pantalla del ordenador, sin un ápice de remordimiento en esta traición descarnada, pestañeo al ritmo del vacío, intentando mover el sacacorchos lo suficiente para obtener la piedra clave que me deje cimentar cualquier estúpido cuento, aunque sean palabras vanas e inconexas; pero parece que a estas horas todos los corchos se rompen dentro de la botella.


Así dejé de escribir, y llegó julio, con su calor seco quemándolo todo, especialmente el sueño. Tengo como excusa el resplandor de la terraza vecina, que se cuela por entre las rendijas de las contraventanas rayando mi cama, y obligándome a dar vueltas de más sobre las sábanas. Sábanas arrugadas que parecen montañas afiladas, enfrentándose a ti en ese intento inútil de querer dormir.
Por la noche todo tiene muchísimo más sentido del humor, todo se ve más absurdo, más lejano. Trae la distancia, te mete en un enorme frasquito de cristal, y tú, aparte del mundo, puedes otearlo todo, en tu sillón, como una tertulia de café.
Es curiosa la noche. Acelera las mentes, como si durante el día fuéramos disfrazados, y cuando llega, con las sombras, todos somos más nosotros mismos; vamos un poco más desnudos.
Estoy desvariando al ver como pasa el tiempo, aunque no se si es el cuento el que salta los segundos de esta forma atroz. En realidad eso es lo que menos importa siempre. Supongo que la locura transitoria es un recurso muy socorrido.

Ha llegado ya noviembre, en un suspiro, sobre su caballo blanco. Cascabeles.

Ha llegado como si lo hiciera después de un largo viaje, demasiado largo para poder guardar recuerdo de todos los días. No son más que arena en los bolsillos. Pero los días no son instantes, aunque lo parezcan. Estos si dejan marca, se infiltran, y aunque den mil vueltas en la lavadora, mientras se desparejan los calcetines, siguen ahí, hundiéndose y hundiéndose, repasando los caminos de la concha del caracol. ¡Siempre a cuestas!

Llamarte instante suena demasiado cruel, pero es mejor que lo sufras tú que yo. Siempre es mejor así. Al fin y al cabo soy yo la que siempre sigo aquí, delante del espejo, revisando mis clavículas por si empiezo de pronto a volar.

Son como los errores… es absurdo la manera en que algunos nos empeñamos en precipitarnos a ellos, incluso sabiéndolo. Más bien saberlo es el punto de la cuestión, por que si le das mil vueltas a todo, a cada resquicio, a cada coma, a cada nimiedad, la cosa se complica de tal forma, que es el error de saber que creas tú la maraña que te esta asfixiando.
Aún así continúas tejiendo, tejiendo y tejiendo, sabiendo que estas haciendo un jersey sin cuello, a base de remordimientos.
Remordimientos al saber que debías haber seguido los patrones, haber deshecho el nudo, haber hecho el punto más pequeño, y te dices mil veces que al día siguiente lo enmendarás, desharás lo erróneo y empezarás a hacerlo todo bien, pero al tercer punto, otra vez has hecho un nudo, y tratas de disimularlo con otro; al cabo de un tiempo, el jersey sin cuello, ya no tiene agujero en las mangas.
Supongo que por alguna parte hay quien los rompe y deja de coser. Luego estamos las arañas, con nuestras ocho patas inútiles, tratando de hacerlo bien, pero errando y errando, fallando, abrigadas en nuestro jersey de tachones. Ya no sabemos vivir de otro modo.
Las gotas de lluvia son demasiado pesadas para cualquier arácnido, y el frío de este mes ayuda poco a mejorar la diana que voy tejiendo para nosotros. Para ti (estoy segura, siempre es mejor así).

¿Qué tendrá la noche que tan pronto te regala estrellas como te las quita?. Cómo me gusta la oscuridad fresca que tiene la luna, siempre cambiante, como yo. Levedad. Ingravidez en este manto de ojos mirones centelleantes.
Instantes.

Se acaba el año, y ya no hace calor. Mi cuaderno paliducho sigue ahí, junto a mi cartera, tiritando de frío, aquejado de la gravedad que trae el sol a este año agotado de sí mismo. Nos miramos de reojo, mientras sigo escribiendo en este documento de neón. Hay respeto, añoranza, y mucha tristeza en este silencio limpio y blanco. Es la ventaja de quien tiene memoria externa, y solo guarda los ratitos que quiere encontrar. Por que en realidad, la verdad es lo que menos importa siempre. Supongo que la locura puede servir de excusa.
Lidón M. 2005

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